Huérfana de padre, se casó joven con un noble romano, al poco tiempo quedó viuda y en contra de la opinión de su madre, se negó a contraer de nuevo matrimonio. Convertida al catolicismo, Marcela se dedicaba con interés al estudio de las sagradas escrituras y a la oración.
Vivía en un fastuoso palacio en el Monte Aventino, el cual convirtió en un monasterio, siendo la impulsora de la vida monástica femenina en la Iglesia de Occidente. Allí reunía a otras damas de noble linaje y bajo la dirección espiritual de San Jerónimo, consagraban su vida al estudio de textos sagrados, a la oración y a la caridad: atendían a los enfermos y daban socorro a los pobres.
Estas actividades de las ricas damas influyeron en el progreso de la atención al enfermo y dieron nacimiento a los xenodoquios, predecesor de los hospitales, manteniéndolos con su dinero. Prestó innumerables servicios a la población cristiana.
Cuando a principios del Siglo V los bárbaros visigodos al mando de Alarico I llegaron a Italia, las amigas de Marcela partieron hacia Palestina para encontrarse con San Jerónimo, para seguir bajo sus consejos espirituales. En Belén con el dinero de estas damas, se construyó un convento para hombres y otro para mujeres.
Marcela no viajó a causa de su edad y en el 410 los visigodos invadieron y saquearon Roma. Fue torturada para que confesara sobre sus riquezas, pero ella las había entregado a los pobres. Murió después a causa de sus heridas. San Jerónimo la llamó "la gloria de las matronas romanas".
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